Las mujeres podemos cambiar nuestras vidas y la comunidad.

Por José Armando González

Por José Armando González.

A unos 116 kilómetros de la capital Managua se ubica el municipio de Posoltega, en la zona occidental del pacífico nicaragüense. Seis kilómetros más adentro del casco urbano de Posoltega, está la comunidad Trianón, allí vive Angela Rayo, de tez morena, semblante serio y fuerte, madre de 3 hijos y con 23 años de sembrar las tierras que antes solo producían banano y caña de azúcar.

En un principio, las familias de esta comunidad alquilaban sus tierras y hasta los seis meses o al año obtenían ingresos para subsistir. Las condiciones de vida eran precarias, las casas construidas de plásticos y postes de madera, eran pequeñas; todos dormían en un solo cuarto.

Cansada de trabajar para otros y beneficiar a grandes empresas, decidió sembrar una manzana de tierra y sacar cultivos que le comenzaron a generar ingresos mensualmente. Aquí comenzó el cambio en la vida de Ángela y la comunidad.

Aunque al inicio, su esposo tenía miedo de sembrar, no sabían a quién vender, los compradores pedían barato y otros les robaron la cosecha. Aprendieron a sembrar escalonado y diversificar su parcela, la que ahora es una finca con árboles maderables, cítricos y animales de corral.

“Con la primera cosecha me sentí feliz, alegre y orgullosa de sacar un canasto de pipián, logré venderlo, darle a mis vecinos y a mis familiares”.

El Trianón es parte del corredor seco de Nicaragua, de noviembre a abril es la época seca y dificulta la producción de alimentos para el consumo y la comercialización. A esto se suman los efectos del cambio y la variabilidad climática.

“Durante el verano logramos producir con sistemas de riego que nos donaron por estar organizadas en la Cooperativa Multisectorial Ángela Delgado. Febrero, marzo y abril son meses muy críticos; estamos rodeados de (cultivo) caña y halan mucha agua, nuestros pozos (artesanos) se secan”.

Al ver que la manzana de tierra le producía alimento, Ángela comenzó a promover en otras mujeres la siembra de hortalizas y granos básicos para generar sus propios ingresos. Fue así que se organizaron y legalizaron la cooperativa de mujeres con 17 socias en el año 2005; actualmente son 44 y el 70 % de ellas son jóvenes.

Su afán por alcanzar una mejor calidad de vida, la llevó a liderar la cooperativa, de la cual hoy es su presidenta y gestiona proyectos que benefician a las mujeres para producir y comercializar.

Pero las mujeres querían crecer más y obtener mejores ganancias. Comercializar con una cadena de supermercado era un gran reto, sobre todo cumplir con los requisitos y estándares de calidad; carecían de condiciones higiénico sanitarias, buenas prácticas de mano factura e infraestructura adecuada.

Fue con Fundación LIDER y Amigos de la Tierra, que lograron recibir asistencia técnica, capacitaciones, inversión y equipamiento para mejorar la producción de plátanos y chilotes; y así cumplir con las exigencias de los compradores. Así mismo, la creación de su propia marca para vender en el mercado local y nacional, la que está en proceso de aceptación por el Ministerio de Economía Familiar, Comunitaria, Cooperativa y Asociativa (MEFCCA) y el Ministerio Fomento, Industria y Comercio (MIFIC).

Ambas organizaciones están fortaleciendo las capacidades técnicas, productivas y de comercialización de productoras/es agrícolas y pescadoras/es de 7 municipios del departamento de Chinandega, gracias a la financiación del Gobierno de La Rioja y la Xunta de Galicia.

También, están promoviendo mecanismos innovadores para generar valor agregado y el acceso a nuevos mercados, “ahora estamos trabajando con un enfoque de economía circular acompañados por el Centro de Producción Más Limpia. Nos dimos cuenta que podemos aprovechar el rechazo de chilotes (los que no cumplen con el requisito para comerciar) y transformarlos en chilotes encurtidos”.

El tallo de la cepa de plátano es otro producto que están trabajando, “estamos haciendo carteras de manos, manteles, bolsos, sombreros y lámparas de manera artesanal”.

Este grupo de mujeres que una vez fueron llamadas “vagas” y querer “mandar a los hombres”, están transformando su comunidad. Muchas de ellas ahora tienen casas de concreto, no viven hacinados, sus hijos estudian la secundaria y otros la universidad; todo esto gracias al cultivo de plátanos, limón, naranjas agrias, maíz para chilote, pipián y ayote.

Pero estos cambios, en un principio no fueron bien recibidos por los hombres, quienes eran los dueños de las tierras, manejaban el dinero y se resistían a que las mujeres estuvieran al frente de la producción. La negociación con ellos fue dura; sin embargo, consiguieron que los hombres las incluyeran como copropietarias y apoyarlas en la cooperativa.

El futuro de las asociadas depende del cultivo de la tierra dice Ángela, pero sueña con tener “un fondo más grande para que podamos financiar a todas nuestras socias y que otras compañeras se conviertan en contadoras y a prendan a manejar las computadoras, para poder rendir cuentas”.

Aunque sus compañeras admiran el liderazgo de Rayo y la quieren en la presidencia por más tiempo, ella quiere dedicarse a su finca, apoyar el trabajo de las futuras presidentas de la cooperativa y promover la autonomía económica de las mujeres trabajando la tierra.

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